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Un año sin ti, un año en el recuerdo



La familia Teixidó

Nuestra actividad, la de la escuela de música y teatro musical, tiene en el boca a boca un efecto más poderoso que cualquier red social o campaña publicitaria. No sé si alguna boca “tremolina” le habló de nosotros a Adriana, la madre de los Teixidó, pero el hecho cierto es que hace ya algunos años, cuando la ampliación del Nota 79 estaba en marcha, entró por la puerta una madre cordial y cercana (es la impresión que me dio en aquel momento) con la intención de dar de alta a su hijo en las clases de guitarra. Por aquel entonces, quien os escribe estas líneas, a parte de dirigir la escuela impartía no pocas clases de guitarra por lo que atendí encantado al pequeño Arnau. Arnau se sintió a gusto, sus dedos se movían ágilmente y llegó a interpretar obras relativamente complejas de guitarra clásica. Entre las muchas cualidades que mostraba en clase −como todos tenía sus puntos débiles, pero ¡quien esté libre de pecado que tire la primera piedra!−cabe destacar una muy sorprendente: era capaz de hacer ritmos con la boca, con las manos, golpeando la caja de la guitarra, y los improvisaba mientras yo me inventaba algunos acordes. ¿De quién había heredado este ritmo innato aquel rapaz? 

El confinamiento

Siempre he intentado incorporar al aula elementos extra musicales que ayuden a que la clase sea más amena, activa y conectada con el mundo en el que vivimos. El martes 10 de marzo de 2020, presentaba a los alumnos de primero de elemental una canción con ritmo de sardana para trabajar la tonalidad menor. Se titulaba “Coronavirus” y el estribillo decía así: 

 

Coronavirus, no et tenim cap por!

perquè som els de Trémolo

i sabem que la solució,

és cantar, sense por, que no,

que no, que no, que no,

que no et tenim cap por!

 

Nunca hubiera imaginado que tres días después, el viernes 13 de marzo, estaríamos dando clases on-line debido a un confinamiento domiciliario sine die que nos sacudiría la vida como pocas experiencias lo habían hecho hasta entones y pondría a prueba nuestra capacidad para organizarnos, para atender a las familias y alumnos y seguir llevando la música, aunque de forma distinta, a cada hogar. 

Me emociona recordar, y no me duelen prendas reconocerlo, la respuesta colectiva del equipo de músicos y profesores que lidero, que hizo posible seguir ofreciendo clases on-line, sin un solo día de pausa. Guardamos como un tesoro, vídeos de alumnos tocando en casa, participando en el festival balcón que ideamos, creando una batería con platos y ollas, y los mensajes de apoyo, ánimo y calor de tantos de vosotros. En aquellas circunstancias tan adversas, todos trabajamos más que nunca, fuimos más comprensivos que nunca y nos ayudamos más que nunca. Es ocioso decirlo, ojalá no haya nunca más otra pandemia, pero aquel confinamiento hizo aflorar lo mejor de nosotros mismos. Seamos conscientes de ello y recordémoslo siempre, para cuando vengan tiempos mejores.

La muerte de Alfred

Después de casi un mes de confinamiento, empezamos a entrar en una dinámica más estable desde el punto de vista organizativo. Las jornadas maratonianas iniciales con Jenni y Carme, en las que el teléfono sonaba continuamente, el whatsapp no paraba, los mails, las llamadas grupales por Skype, los enlaces de zoom que llegaban a buen puerto, las reuniones con el profesorado a toda prisa… en definitiva un caos absoluto que poco a poco se iba enderezando y empezaba a virar hacia una “anormal normalidad”.

Mientras en la sala de máquinas de Trémolo sucedía todo esto, un alumno llevaba más de un mes luchando. Alfred Guerrero, “nuestro” Alfred. Y digo nuestro no solo porque llevara tiempo siendo alumno de la escuela. Alfredo, empresario de profesión y músico de vocación, vivía la vinculación con Trémolo de una manera especial. Era capaz de salir de una reunión de Zaragoza aquella misma tarde y hacer lo imposible para llegar puntual como un clavo a su ensayo con la Big Band de adultos, en la que tocaba la batería. ¿Que aquel día se había levantado a las seis de la mañana? ¡Le daba igual! ¿Que tenía una reunión importante precisamente el día de clase? ¡Hacía todo lo posible para cambiarla de día! ¿Que el Barça jugaba un partido decisivo? ¡Ni hablar, su partido se jugaba en el aula con sus compañeros de la Banda! Sí, así de intenso y apasionado era Alfred con la música y me atrevería a decir con todas las cosas que lo motivaban en la vida. Ahora bien, si alguien se hacía el remolón, si su taburete chirriaba o si había cualquier incidencia en el ensayo que no le convenciera, inmediatamente nos pasa el “parte” y, ya os puedo asegurar ¡que no se le escapa nada! 

Anécdotas al margen, lo cierto es que la Big Band de adultos creció bajo sus baquetas, siempre atentas a las indicaciones de los profesores y, con el paso del tiempo, no solo la Big Band de adultos. A menudo venía antes de tiempo o se presentaba a conciertos de otros combos. Hablaba con los alumnos, independientemente de su edad, seguía su evolución, sus progresos… Sin darnos cuenta de ello, se convirtió en nuestro Alfred y casi todo aquél que lo conocía se sorprendía de la determinación y entusiasmo de un abuelo con alma de estudiante.

Alfred Guerrero murió a causa de la Covid, el 10 de abril del año pasado. ¡Descansa en paz, admirado alumno!

“Trencasso”

El pasado sábado pude regresar a Trémolo después de unos días de “Trencasso”. Esta es la palabra que usa mi madre para definir cualquier dolor que no te obliga a ir al hospital y a menudo añade: “señal de que el cuerpo lo pedía”. No sé si mi cuerpo necesitaba realmente pasar tres días en cama sin poder hacer nada en absoluto con fiebre y dolor de cabeza (si yo fuera cuerpo, ¡antes le pediría muchas otras cosas a mi propietario!) pero lo que importa es que este sábado regresé a la normalidad. Mientras caminaba hacia Trémolo, para asistir al ensayo con los de la Tutti Frutti −la fabulosa orquesta de los pequeños, de verdad, ¡son fabulosos!−pensaba que esta normalidad, la de sentirse bien y saberse sano, es algo valioso que a menudo no valoramos en su justa medida. Perdonad si me acelero en exceso: ¿cuántas cosas de las consideradas normales, no valoramos como se merecen? Si la salud nos protege, tenemos a nuestro alcance un abanico de acciones cotidianas que quizá se encuentren en la base de nuestro bienestar.

Y hablando de bienestar, a nadie se le escapa que nuestra sociedad seguirá estando en “trencasso” hasta que la maldita pandemia remita por completo. Recordando la muerte de Alfred y todo lo que hemos tenido que pasar este último año desde el 13 de marzo de 2020, reivindico lo que os decía: cuando estemos libres de la Covid, valoremos la normalidad de hacer vida normal. La alegría de vivir y compartir lo que nos une. Tal como sentencia el protagonista de “Into the wild”, un film de Netflix que os recomiendo, la felicidad solo es real cuando es compartida

Coda

Dice George Steiner que la música es el lenguaje de la participación y buena muestra de ello son los diferentes combos, bandas, orquestas y coros que han ido creciendo con Trémolo. Os hablaba de la Big Band de adultos, pero también son numerosos los combos de jóvenes que han hallado un espacio de realización colectiva. Aquellos que llevan más tiempo juntos, se mueven a día de hoy como un grupito de amigos que ocasionalmente me piden aulas para ensayar, simplemente por el placer de hacer música juntos. ¡Qué honor que la música haya acabado formando parte de sus vidas! ¡Qué alegría que haya corrido la voz de que en Trémolo tienen su espacio!

Algo parecido pasó en can Teixidó. Un tiempo después de llegar Arnau, el guitarrista de ritmo innato del que os hablaba al principio, vino su hermana llamada Adriana como su madre. Imagino que en alguna comida familiar se hablaría de música y que el nombre de la escuela llegaría a los oídos de su abuelo. El hecho es que un tiempo después, entró por la puerta un señor elegante y locuaz, empresario de profesión y músico de vocación que de joven había hecho alguna gira con su banda “Los Pájaros Locos” tocando la batería y que deseaba volver a sentirse músico. Ahora ya sabéis de donde le venía a Arnau aquel ritmo innato y probablemente habréis intuido que Alfred, nuestro querido Alfred, era su abuelo. Un tiempo después, esta vez azuzada por mí, lo confieso, Adriana madre decidió formar parte del Cor Alegre, un entusiasta coro de adultos que ensaya cada lunes al anochecer.

Quiero hacer extensivo este reconocimiento de la familia Teixido Guerrero a tantas otras familias que han confiado y siguen confiando en nosotros, haciendo correr la voz de nuestra escuela, especialmente en un año tan difícil. Llegarán nuevos retos, nuevos aprendizajes, pero los construiremos sobre la sólida base de nuestras experiencias y de la gente que ha formado parte de nuestra historia. Un año sin ti, un año en el recuerdo.