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La Semana de la Mujer

Setmana de la Dona


Femení i singulars.

Desde el lunes 8 al domingo 14 de marzo, la emisora Catalunya Música ha adaptado sus contenidos para sumarse a los numerosos actos organizados con motivo del Día Internacional de la Mujer. A lo largo de la semana, los programas habituales de la emisora han procurado hacer hincapié en la importancia de las mujeres en el mundo de la música clásica, un mundo copado por hombres. Entre todos los programas emitidos, nos ha interesado especialmente Femení i Singulars de Victòria Palma.

En el mes de marzo de 2008, Clara Schumann se convertía en la primera protagonista del Femení i Singulars. Según afirma Victòria Palma, el programa pretende «recuperar del olvido, recordar, reeditar el reconocimiento que algunas ya tuvieron en vida y dar nombre y voz a las hijas de una historia que a mendo las ha silenciado, las ha ignorado y no las ha situado en el lugar que les correspondería». A lo largo de la Semana de la Mujer, el programa nos ha ofrecido la posibilidad de acercarnos a las vidas personales y artísticas de catorce mujeres, desde el barroco hasta la contemporaneidad, entre las cuales, las tres que os resumimos. Si os apetece, podéis recuperar todos los audios del programa en la web de Catalunya Música

Las mujeres Couperin o “Les Couperinettes”

François Couperin (1668-1733) fue uno de los compositores más notables de la música barroca francesa, especialmente de la música para clavicémbalo, instrumento en el que sobresalió como intérprete virtuoso. Conocido con el sobrenombre de Couperin le Grand, es el miembro más famoso de una saga de músicos extendida durante trescientos años, desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX. A lo largo de estos tres siglos, los Couperin músicos incluyen siete líneas familiares con un total de treinta y nueve miembros directos.

Los varones Couperin eran gente de fama y éxito, con contactos estables en la corte. Cuando tenían que escoger esposa optaron siempre por mujeres cultas, refinadas, capaces de lucir y ser lucidas en los círculos monárquicos frecuentados por los maridos respectivos. Sin embargo, ninguna de ellas se dedicó profesionalmente a la música. Sí lo hicieron, en cambio, seis mujeres miembros directos de la rama Couperin, las “Couperinettes”. A algunas se les reconoció su valía musical y ocuparon puestos relevantes tanto en París como en la corte. Merece la pena destacar a Margeritte-Antoinette Couperin, la hija pequeña de François Couperin, una de les clavecinistas más importantes de su época. Dotada de un talento poco común para la música, tocaba regularmente en palacio, en los apartamentos del rey y de la reina, y ejercía de maestra de clavicémbalo de las hijas del rey Luís XV.

La saga Couperin tuvo un final mucho menos glamuroso. Su última representante fue Céleste Thérèse Couperin, clavecinista, maestra y, probablemente, compositora. Murió lejos de París, pobre y sin trabajo.

Marianne Tromlitz (1797-1872)

Nacida en Greiz, Turingia (Alemania) era hija del gran cantor, profesor de música y compositor George Christian Gotthold Tromlitz. La familia Tromlitz ya era conocida por el abuelo, un virtuoso flautista, Georg Tromlitz. Marianne empezó los estudios de música con su padre. Era un profesor tan estricto que sus alumnos lo conocían como el Kantrs de hierro.

Marianne dio su primer concierto público como pianista a los quince años. Poco después, se trasladó a Lepizig para seguir recibiendo clases de un maestro de esta ciudad, Friedrick Wieck. Simultáneamente, gracias a la ayuda de su abuelo, Marianne se fue abriendo camino también como cantante.

Marianne se casó con su profesor en 1816. Ella tenía 19 años, él 30. La vida le cambió por completo. Tuvo que atender a los hijos que iban llegando uno tras otro, hasta cinco, entre los cuales Clara que sería conocida posteriormente como Clara Schumann. Además, atendía la tienda de su marido, un negocio de venta y alquiler de pianos, e impartía clases de canto y piano.

A pesar de que daba algún concierto de vez en cuando, Marianne no se sentía satisfecha con su vida. Estaba harta de la actitud dominante, del carácter cáustico y de la disciplina estricta de su marido. No podría soportar que le marcara el camino por el que tenía que pasar, personal y profesionalmente. Y es que, una vez casados, le impidió proseguir su carrera como pianista: “La gente va a creer que no te puedo mantener!”, le había repetido en más de una ocasión. En 1824, decidió abandonar el domicilio familiar y dos años después se casó con Adolf Bargiel, también profesor de piano, con el que tuvo cuatro hijos más.

El sueño de Marianne se iba desvaneciendo lentamente. Pasó el resto de su vida trabajando a destajo, haciéndose cargo de sus hijos y de los hijos de Clara que había enviudado prematuramente. Es bien conocido que Friederick Wieck hizo todo lo posible para que su hija Clara fuera una gran pianista. El papel de Marianne, en cambio, decisivo para que Clara y Robert pudieran casarse y progresar en su carrera musical, ha sido injustamente olvidado

María de la O Lejárraga (1874-1974)

Existe un enigma viejo como la vida del hombre y la mujer en la Tierra. Más que enigma es una incomprensión para comprender lo que es incomprensible. Y este enigma tiene dos caras, como una moneda. Y digamos que la moneda es el género humano: anverso y reverso, hombre y mujer, cara y cruz. Tan juntos que son una misma cosa y en cambio se encuentran condenados a no encontrarse nunca. Por eso, tenemos que soñarnos (…)»

Cuando la escritora María de la O Lejárraga escribió este texto, vivía exilada en Argentina. Corría el año 1959, estaba a punto de cumplir 85 y aún tenía mucho por decir. Conocía muy bien al género masculino. De hecho, durante muchos años firmó sus trabajos con un nombre masculino, el de su marido, Gregorio Martínez Sierra.

María de la O había nacido en la histórica población de San Millán de la Cogolla, en la Rioja, pero se crio en Carabanchel, por aquel entonces un pueblecito cercano a Madrid, en el que su padre había obtenido la plaza de médico titular. Estudió magisterio y a los 23 años se enamoró de un joven de 17 apasionado por el teatro y la poesía. El joven en cuestión se llamaba Gregorio y pertenecía a la familia madrileña de los Martínez Sierra, veraneantes en Carabanchel. En el año 1900 se casaron y juntos se metieron de lleno en el mundo del teatro y de la literatura. Así empezó una relación sentimental y profesional, una de las relaciones más singulares de la literatura española. Pero lo que sin duda es más sorprendente es que ¡todos los trabajos los firmaba él!

Además de escritora de teatro, de ensayo, de poesía, de libros de viajes y traducciones, María de la O también era letrista y libretista de algunos de los compositores más reconocidos de la época: Amadeu Vives, Joaquín Turina, José María Usandizaga y, muy en especial, Manuel de Falla. Suyo es, por ejemplo, el libreto de El amor brujo. Todos conocían la autoría de los libretos, pero nadie se atrevió nunca a exigir que el nombre de María constase en ninguna parte.

La firma Martínez Sierra era tan solicitada que el matrimonio Gonzalo-María decidió montar su propia compañía teatral. En 1925, la compañía empezó a recorrer Europa y los Estados Unidos, pero ella prefirió quedarse en Madrid. Al margen de seguir trabajando como letrista, sus inquietudes feministas y republicanas la empujaron a fundar la Asociación Femenina de Educación Cívica. En 1936, inició un largo exilió que la llevó a Francia, Méjico y Argentina.

En Buenos Aires escribió, entre otros libros, su autobiografía personal y literaria: Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración. En su preámbulo puede leerse lo siguiente: «El oro puro, el grano limpio. El resto, ¡a quemar! ¿Rencores? ¿Por qué? ¿Perdonar? ¿Con qué derecho? ¿Tu, juez? ¡Ni de ti misma!!»